Fue en el verano de 2015. Y fue por Estados Unidos. Han pasado ya varios años y sigue siendo el viaje más maravilloso que he hecho nunca. Lo dejé en manos de mi hija Lucía, que insistía mucho en hacerlo, sin yo sentirme realmente muy atraida ni muy entusiasmada por ese país. Ella programó vuelos, hoteles, excursiones, ciudades, etc. que visitamos. Algo que no fue fácil, hay que reconocerlo, pues duró desde el 17 de Julio hasta el 11 de Agosto. Toda una aventura que vivimos juntas en avión y en coche.
Y fue maravilloso por variadas razones. Compartimos muchos días juntas y las dos solas. Viajamos en coche de maravilla en maravilla, parando a dormir en moteles de carretera (ya reservados, por mi insistencia, claro) y, en muchos casos, sólo una noche. Disfrutamos de una naturaleza grandiosa y variada. Y también sufrimos por las altas temperaturas, por el cansancio de largas carreteras y algunas equivocaciones por despistes entre tanta planificación. Y es que fueron en total 13 hoteles por los que pasamos desde nuestra llegada a New York hasta la vuelta desde San Francisco.
Y fue muy impactante para mi, pues además de todo lo que vi, oí y sentí, pude constatar por primera vez que ya no era yo la que llevaba a mi hija de viaje, sino más bien todo lo contrario. Ella me conducía. Ley de vida, dicen. Pero impacta.
Paz
Mi enredado ecosistema 