Han sido sólo cinco días en el campo en la Sierra de Sao Mamede en Portugal (Póvoa e Meadas – Castelo de Vide) y me han bastado para, además de recargar pilas, ser consciente de que soy en gran medida cada vez más como mis padres, como mi padre. Sólo algunos días acompañada, disfruté de mi tiempo en soledad y de ese espacio en el cielo, entre paseos y lecturas.
Copio algo que no quiero olvidar y me ha gustado leer:
…La fraga* es un ser hecho de muchos seres. (¿No son también seres nuestras células?) Esa vaga emoción, ese afán de volver la cabeza, esa tentación –tantas veces obedecida – de detenernos a escuchar no sabemos qué, cuando cruzamos entre su luz verdosa, nacen de que el alma de la fraga nos ha envuelto y roza nuestra alma, tan suave, tan levemente como el humo puede rozar el aire al subir, y lo que en nosotros hay de primitivo, de ligado a una vida ancestral olvidada, lo que hay de animal encorvado, lo que hay de raíz de árbol, lo que hay de rama y de flor y de fruto, y de araña que acecha y de insecto que escapa del monstruoso enemigo tropezando en la tierra, lo que hay de tierra misma, tan viejo, tan oculto, se remueve y se asoma porque oye un idioma que él habló alguna vez y siente que es la llamada de lo fraterno, de una esencia común a todas las vidas.
-¡Espera! –nos pide –. ¡Déjame escuchar aún, y entenderé! …
* W. Fernández Flórez define la fraga: “bosque inculto, entregado a sí mismo, en el que se mezclan variadas especies de árboles”